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COLABORACIONES

PARA FRENAR LA 4T:

Agosto 03, 2020



La designación como dirigente estatal del PRI de José Manuel Romero Coello, quien ya antes había expresado su intención de contender por la gubernatura, metió a ese partido en una dinámica completamente distinta al derrotero que le había marcado su líder formal y jefe nato, el gobernador Ignacio Peralta.
Como Zedillo hacia 2000 y como Peña Nieto hacia 2018, Peralta Sánchez se ha venido preparando para entregar el gobierno a una fuerza política distinta en 2021.
No necesariamente al PAN con el que Nacho ha cogobernado, al menos en una de sus vertientes si nos atenemos a la composición del gabinete y a sus propuestas para el poder judicial y los ayuntamientos, sino a la Cuarta Transformación cuyo arribo a Colima ven como algo inevitable muchos miembros de la clase política.
Todavía no está claro si el mandatario saliente operará políticamente para dejarle el cargo a un cuadro del partido que lo postuló en 2015, pero la nueva estructura priista ya empezó a trabajar para que, en la disputa que se librará el año próximo entre sumar a Colima a los estados gobernados por la 4T o mantener aquí al viejo régimen, la opción antilopezobradorista la encabece el Revolucionario Institucional, no Acción Nacional y no Movimiento Ciudadano.

ROMERO SÍ, KIKE NO:
En un partido cuyos liderazgos más visibles cuestionaron la presidencia estatal de Enrique Rojas Orozco porque, desde la coyuntura de 2015, el villalvarense había expresado su aspiración a ser candidato a gobernador, la dirigencia de Romero Coello tendría que incomodar a esos mismos liderazgos por similares motivos.
No ocurre así por los viejos lazos que José Manuel tiene con algunos de esos personajes y porque, desde su arribo al comité estatal, ha estado llamando personalmente y con afecto a los cuadros distinguidos del partido –incluidos exdirigentes estatales, exrepresentantes populares y exfuncionarios públicos–, como dicen que hacía mucho tiempo no sucedía.
Eso no significa necesariamente que Romero Coello logre convencer a la militancia, primero, de que el PRI tiene futuro como partido gobernante en Colima (muchos de esos cuadros están convencidos que el ciclo priista ya terminó) y, segundo, de que José Manuel sea el candidato a la gubernatura.
Muchos de esos priistas de pura cepa se sienten traicionados por el gobierno de Nacho Peralta, y poco a poco se han ido convenciendo de que la nueva política social de López Obrador (que se basa en la idea de hacer llegar los apoyos económicos directamente a los beneficiarios sin intervención de nadie) volvió obsoletos como gestores a los liderazgos sociales vinculados al tricolor.
Como le escuché decir a un dirigente partidista: ya ni siquiera está claro cuál es el valor agregado de ser priista. La mayoría de esos líderes sociales y sectoriales que nutrieron las estructuras del tricolor, entienden el poder por contagio: Entre más cercano estás de quien toma las decisiones, más poder tienes.

NO TENÍAN BOLETO:
Concebida la dirigencia nacional como árbitro de la competencia interna, en la antigua tradición priista el dirigente del Partido no tenía boleto para la carrera presidencial.
Emilio Portes Gil era dirigente del Partido Nacional Revolucionario cuando asesinaron al presidente (re)electo Álvaro Obregón y, por instrucciones de Plutarco Elías Calles, se hizo cargo de la presidencia interina de la república. Portes Gil volvió a ser dirigente nacional del PNR entre 1935 y 1936, cuando ya el cardenismo había desterrado al maximato.
Lázaro Cárdenas del Río había sido dirigente del Partido con Pascual Ortiz Rubio entre 1930 y 1931, pero cuando fue postulado a la Presidencia de la República ya era secretario de Guerra y Marina del presidente sustituto Abelardo L. Rodríguez.
Y Luis Donaldo Colosio, quien encabezó al Partido Revolucionario Institucional entre 1988 y 1992, tuvo que transitar a la recién creada Secretaría de Desarrollo Social para poder disputar la candidatura presidencial de 1994.
A la muerte de Colosio, Fernando Ortiz Arana ni siquiera pudo hacer vale la regla no escrita de que el presidente nacional del PRI fungiría como suplente del candidato. El abanderado sustituto fue el coordinador de la campaña Ernesto Zedillo.
Ese tabú se rompió en la coyuntura electoral de 2006, cuando Roberto Madrazo Pintado –quien como gobernador de Tabasco había jugado y perdido la candidatura presidencial de 2000 contra el entonces secretario de Gobernación, Francisco Labastida– se hizo de la dirigencia nacional en 2002 al ganarle a Beatriz Paredes la contienda interna.

JEFATURA DE PARTIDO:
Madrazo Pintado trató de impulsar nuevas reglas del juego a partir del supuesto que, a falta de un Ejecutivo emanado del PRI, la jefatura del Partido le corresponde al presidente del comité nacional. Lo que no consideró Madrazo es que las decisiones recaerían en los gobernadores priistas, simplemente porque ellos financiaban al aparato partidista.
Tampoco consideró Madrazo que la operación política la realizarían liderazgos sectoriales como la dirigente magisterial Elba Esther Gordillo, quien acordó la transferencia del voto duro que controlaban los gobernadores priistas al candidato del PAN, Felipe Calderón.
La evidencia de esta nueva estructura de poder basada en el uso político de los presupuestos estatales, fue la nominación presidencial del gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto en 2012.
Un dato interesante de 2006 es que contendieron tres exdirigentes partidistas: Roberto Madrazo por el PRI, Andrés Manuel López Obrador que lo había sido del PRD y Felipe Calderón, quien mostró una mayor ascendencia sobre las estructuras del PAN que el secretario de Gobernación, Santiago Creel, el favorito del presidente Fox.
Fue lo más cerca que estuvimos de un sistema parlamentario donde la jefatura de Gobierno la obtiene el líder de la fuerza política que logra la mayoría, hasta 2018 cuando la jefatura de Estado la obtuvo el líder fundador del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
AMLO, por cierto, venció a un exdirigente nacional panista, Ricardo Anaya, y a un candidato priista que se enorgullecía de no militar en el PRI y de haber trabajado en administraciones del PAN, José Antonio Meade.
Pese al fallido intento de Madrazo, camino al 2024 Alejandro Moreno Cárdenas pretende repetir la fórmula: lanzarse desde el Partido a la Presidencia de la República. Y eso alimenta también las aspiraciones de dirigentes estatales como Romero Coello, quien lejos está de conformarse con ser mero árbitro de la contienda interna.

¿TIENE FUTURO EL PRI?
¿Tiene futuro el PRI?, se preguntó en un libro de 1998, antes de la derrota de Labastida, el politólogo José Antonio Crespo. El triunfo de Peña Nieto demostró que, con un poco de ayuda de las televisoras y mucho dinero para comprar votos, el PRI pudo capitalizar la decepción ciudadana que produjeron 12 años de gobierno fallido.
Convencido que la 4T fracasará por la inexperiencia de sus cuadros y la imposibilidad de satisfacer las enormes expectativas que generó en campaña López Obrador, en una línea discursiva Alejandro Moreno lanza a sus correligionarios un mensaje de esperanza que a otros mexicanos suena aterrador: ¡Regresaremos en 2024!
Aterrizada en Colima, ese argumento de ‘más vale malo por conocido que bueno por conocer’ alimenta los anhelos priistas de retener la gubernatura del estado, una de las 15 que se disputarán el próximo año. Mientras que la consigna de arrebatarle a López Obrador el control de la Cámara de Diputados, nutre la meta institucional de ganar 100 de los 300 distritos electorales federales y, por lo menos uno de los dos en los que está dividido el territorio estatal.
Sin embargo, después de la cátedra de corrupción, desgobierno y frivolidad que los mandatarios emanados de ese partido dieron a nivel nacional, entre 2012 y 2018, y a nivel estatal de 2015 a la fecha, ¿realmente tiene el futuro el PRI?
De eso (y de la otra línea discursiva que manejan los priistas en el sentido que, en Colima y en todo el país, el Partido Revolucionario Institucional ¡puede transfigurarse en Morena!) hablaremos en una siguiente entrega.

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ADALBERTO CARVAJAL

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